¿Cómo podremos mantener el orden dentro de la iglesia si no podemos definir lo que creemos? Una persona puede venir a nosotros, y afirmar que desea ser miembro de nuestra iglesia. Pero, ¿cómo podemos juzgar si la fe de esa persona es de acuerdo a la nuestra si no poseemos ninguna declaración escrita de nuestras doctrinas? O ¿cómo podría esa persona juzgar si nuestra iglesia es doctrinalmente apropiada para ella si no podemos declarar en una forma precisa y ordenada qué es lo que nosotros creemos?
Hablar acerca del amor y la unidad suena políticamente correcto, pero ¿cómo podríamos trabajar juntamente con personas que niegan la soberanía de Dios en la salvación? ¿O con pelagianos, que niegan la total depravación del hombre? ¿O con unitarios, que niegan la trinidad? ¿Cómo puede una iglesia caminar hacia una misma meta, o tener una misma mente y un mismo corazón cuando los miembros están divididos en cuanto a aspectos tan esenciales de la fe? (comp. 1Cor. 1:10).
Como alguien dijo una vez: “Una iglesia que carezca de una confesión de fe padece de una especie de SIDA teológico”. No podrá luchar eficazmente contra todos los errores que nos circundan.
Escribiendo a los Romanos, Pablo les advierte, en Rom. 16:17: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos”. Pero ¿cómo podremos cumplir ese mandato si no tenemos una idea clara y precisa de lo que creemos?