«No busques una iglesia lo más cerca de tu casa, sino lo más cerca de la Biblia».
Es una conocida frase del misionero Paul Washer lo cual encierra una gran verdad en nuestro tiempo. Las iglesias evangélicas abundan por doquier, pero muy pocas de ellas están apegadas a la Biblia. La gran mayoría de ellas si no son un modelo humanista de autosuperación son alguna iglesia del falso evangelio de la prosperidad. Solo la gente que busca una fidelidad a Cristo cae en la cuenta que es necesario hacer a veces largos viajes para formar parte de una iglesia que sea bíblica.
En la antigüedad, la gente del campo podía pasar medio día de viaje (entre ida y vuelta) para asistir al culto de una iglesia en un pueblo (con calor, con frío, con nieve o lluvia) como «algo normal». Pero en los tiempos actuales, donde todo se quiere hacer funcionar presionando un botón, parece un sacrificio extraordinario y titánico viajar dos horas en el confort de un auto para asistir al culto. Por supuesto, por cuestiones médicas o laborales queda demostrado que las personas hacen cualquier sacrificio, pero cuando se trata de Dios… eso es otra cosa.
Aquellos que quieren una mera religiosidad no harán el sacrificio de viajar, pero los que quieran una verdadera vida espiritual para ellos y su familia viajaran con gusto.
Quien escribe esto, en su momento tuvo que viajar por más de 10 años todos los meses 300km para por lo menos estar en un culto dominical sano. Aprendí la lección de valorar santificar el día del Señor. Por lo general la cultura exclusivista de nuestro tiempo, donde «todo gira alrededor de la necesidad individual», la conclusión de no ir a un culto es: «yo me lo pierdo«. Siempre el «yo» se pone primero en cuestión de pérdidas o beneficios. Por otro lado, el creyente maduro entiende que ir al culto no es una cuestión de costo/beneficio personal, sino de adorar a Dios congregacionalmente (corporativamente) como requisito ineludible de su vida cristiana y estar bajo el cuidado pastoral de una iglesia local.
Como diría Jonathan Leeman, autor de lo libro «La Membresía»:
Los cristianos poseen un poder especial y una identidad corporativa cuando se reúnen oficialmente. Pablo escribe acerca de cuando la iglesia en Corinto se reúne “En el nombre de nuestro Señor Jesucristo […] con el poder de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 5:4). Más adelante en la carta se refiere a “cuando os reunís como iglesia” (11:18), como si ellos fueran —de algún modo— más iglesia cuando están juntos que cuando están separados. Esta asamblea reunida parece que tiene el poder de hacer cosas: tomar decisiones y hacer declaraciones en el nombre de Jesús.[1]
Ya sea que la persona pueda congregarse todos los domingos, cada quince días o una vez al mes (tiempo máximo razonable) puede en la práctica formar parte de una congregación a la distancia hasta que Dios disponga algo más cerca.
Por lo general surgen algunas preguntas con los congregantes de «medianas distancias» que se pueden aclarar. Aquí doy algunas de las más frecuentes:
1- ¿Cómo puedo formar parte de una congregación que está lejos de mi casa?
A veces se presupone que los creyentes que viven en la ciudad se ven todos los días, pero esto no es así. Por la rutina y la vorágine de las grandes ciudades, a veces los creyentes aprovechan el mismo domingo para compartir un almuerzo o tener una charla espiritual en un café o en un parque. También muchos aprovechan feriados y sábados. La comunión fraterna es un sacrificio que bien lo vale (Salmos 133). Estar lejos o cerca no es tan crucial como se piensa para una comunión eclesial que apunte a unir lazos fraternos.
2- ¿Para qué congregarme en una iglesia que queda lejos si no voy a poder evangelizar en mi zona?
Nuevamente la premisa es errada. Por mucho tiempo los creyentes pensaron que invitar gente al salón de reuniones es evangelizar. Pues, no; evangelizar es compartir con otros el mensaje que en Jesucristo hay salvación eterna y perdón de pecados mediante la fe en Él. ¿Se imaginan que Felipe no quisiera predicar en el desierto al Etíope porque no tiene ninguna iglesia «cerca» de referencia donde enviarlo? Dios es el dueño de las almas. Predica Su Palabra y dejas los resultados a Él. Somos llamados a ser testigos hasta lo último de la tierra (Hechos 1:8) antes de que se fundara alguna iglesia en lo último de la tierra. Las personas que se convirtieran podrían seguir tu mismo ejemplo de viajar.
3- ¿Cómo puedo ser pastoreado/a a la distancia?
No es el ideal, pero hoy los medios tecnológicos permiten encuentro virtuales, además de insistir en encuentros presenciales que son alcanzables de tanto en tanto. Lo cierto que no es aconsejable vivir una vida cristiana sin rendir cuentas a nadie y auto-pastorearse con videos de YouTube. Tener una iglesia a la cual pertenecer es el plan de Dios para no vivir vidas aisladas. Acaso el hijo que se va del pueblo para estudiar en una gran ciudad, ¿por eso deja de ser hijo? ¿No es verdad que siempre se mantendrá el contacto aprovechando fin de semanas largos, feriados y cualquier viaje imprevisto? Bien, la vida espiritual de la familia de Dios es igual o más importante si lo vemos del punto de vista de Mateo 10:37.
Conclusión
Se podrá observar que el mundo hace cualquier sacrificio por cuestiones laborales y afectivas que muchas veces los cristianos no están dispuestos a hacer porque aún tienen un reducido concepto de Dios, del culto corporativo y de la iglesia local. Cuando Dios dice en Su Palabra de «guardar su día para santificarlo» (Éxodo 20:8) no te está hablando de una cuestión personal, sino de quién es Él. Por otro lado, desde la perspectiva del Nuevo Testamento, el creyente que no se congrega por lejanía (teniendo los medios para hacerlo) se pierde de ser parte de una membresía que comparte la Cena del Señor, la parte esencial del culto de adoración donde el creyente se identifica con Cristo y su Su pueblo redimido. Se pierde de uno de los medios de gracia por el cual Dios bendice a Su pueblo.
Recuerda, estar lejos de una iglesia local no significa estar aislados de la iglesia.
Pastor Alejandro Riff
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[1] Jonathan Leeman, La disciplina en la iglesia: Cómo protege la iglesia el nombre de Jesús, trad. Xavier Pérez Patiño (Wheaton, Il, Crossway, 2012), 52.